jueves, 21 de junio de 2012
VERDE EN CAMPO DE TRIGO
Ha puesto sobre su vieja paleta de pino, el verde boñiga, el vermeillion, el amarillo cadmio y el púrpura junto al azul ultramar. Vierte cuidadosamente en proporciones suficientes para dar un buen empaste. El tubo de verde cardenillo que comenzó ayer, hoy se ha terminado. Deja caer el aceite de linaza en el centro, lo mezcla con trementina y al hacerlo, ese fascinante aroma que embriaga. Agita con vigor el pincel y realiza la mejor fusión de colores, como sólo saben hacerlo los expertos, hasta que floten aquellas burbujas brillantes que le dicen que ya está listo. Recoge un poco de ese ocre sonrosado para llevarlo hasta la pradera donde unos cuantos segadores de espigas caminan de regreso a sus casas. !Cuántas jornadas para llevarle un pan a los hijos! Luego se empeña en convertir los techos lejanos en escarlata festivo... Sus pinceladas son firmes, teje unas con otras como si se abriesen caminos. Ahora toma algo de amarillo limón y se deleita en lejanas florecitas. Y el sol empalaga los sentidos. De graciosa manera se desliza sobre las azucenas. Y la aldeana que las recoge es la misma que corta la mies en las campiñas. Eclosión de oro hay en el río. Un luminoso anaranjado besa las montañas por un lado y de verde oliva los trigales que al viento, no dejan de brillar y de elevar ondulantes sus cuerpos, hasta el sol. Hoy está de buen humor. Ha pasado silbándole a los pájaros. Pude verlo desde mi ventana cuando cortó algunas lilas que querrá pintar. Le gusta tomar el viejo camino que lleva a la iglesia. A veces detiene sus pasos, como si tratara de recordar algo, luego sigue caminando y haciendo crujir las hojas secas bajo los pies. Sé tantas cosas de él. Sé, por ejemplo, que anoche fue a la plaza del Forum y llegó ebrio. Yo quise ayudarlo cuando pasó muy cerca, dando tumbos. Pero no me veía o tal vez no me reconoció. Esta mañana, templó varios lienzos y les puso laca para secarlos al sol. Luego tomó agua de toronjil para estar tranquilo. Encendió su pipa y leía a Shakespeare. Estaba concentrado cuando de pronto levantó los ojos y me miró. Yo nerviosa, trate de ocultarme con la cortina. ¿Qué pasaría si supiera que lo observo? ¿...que aún en la noche cuando dibuja al carboncillo, me acerco a la ventana y a través del cristal me quedo allí, mirándolo? Reiría de mi, sin duda. Pero él ríe tan poco. Sólo lo he visto reír la vez que un pariente suyo vino a verle.
- Vincent... le dijo con los brazos abiertos.
Y al verlo soltó una carcajada de puro contento. Ojalá riera siempre. Pero no es así. Lo he visto llorar y ponerse muy triste. Se siente muy solo. Me gustaría acompañarlo en las caminatas nocturnas que hace para mirar las estrellas. Llega con la escarcha en las pestañas y antes de que amanezca. De inmediato, se quita el gabán, el sombrero gris y casi como movilizado por una extraña fuerza interior, comienza a pintar unas montañas turquesa bajo un cielo con plenitud de estrellas. Las nubes son pañuelos que danzan a la luna que brilla sobre la ciudad. El sol quiere irse a bailar. Está ebrio de luz. Y ellas se preparan peinando sus cabellos. Y aquellos negros cipreses, son soldados mansos, sólo falta que marchen cuando suene la diana. Le ha puesto sus botas. Toma otro lienzo, realiza el bosquejo. Los cuervos se han posado sobre los brazos del espantapájaros y como si se burlasen de él, le chillan bajo el sombrero y luego vuelan hacia el almendro en flor. Que pasa? ¿Se ha dado cuenta? ¿Ya sabe que lo espío? Me está mirando. Me sonríe. ¿Qué pensará? Ya sé. ¿“Allí esta otra vez la niña, con su cinta roja y sus ojos temerosos”? Ya no me escondo. Lo espero siempre sentada en esta silla de mimbre con mi vestidito de musmé, azul cobalto con lunitas rojas. Luego se acerca silenciosamente. Me detalla de arriba abajo, limpia el polvo de la parte superior del marco. Regresa con su paleta y un fino pincel y pone algo de brillo en mis labios.
- Mire.. he cortado esta azucena. Es para usted.
Pero él parece no escucharme.
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Vincent Van Gogh
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